Christian Gheorghe, el rumano que convirtió 26 dólares en su particular sueño americano

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Conocemos bien la historia: un adolescente que lleva pocos meses afeitándose da con la típica aplicación que despunta en las App Stores y sin que nadie sepa muy bien las causas, le convierte en multimillonario de la noche a la mañana. Y ya se sabe, el dinero llama al dinero: una vez se sube al carro de los VIPs 2.0, es más fácil hacerse todavía más rico gestionando o iniciando nuevos negocios ideados tras el volante de un flamante Tesla y por los bulevares de Silicon Valley.

Pero no todas las historias son tan fulgurantes. Nos trasladamos a la gris Rumania en los noventa, donde nuestro protagonista, Christian Gheorghe, vive la cara más amarga del comunismo. El futuro se presenta sombrío y este joven no encuentra un hueco ante un horizonte sin aspiraciones. Llegados a este punto hay dos opciones: o resignarse e intentar trepar en la compleja escalera del régimen, o hacer el petate e intentar labrarse un futuro mejor.

Pink Floyd y un Commodore

Tal vez por eso no dudó en trabajar en lo primero que encontrase y agarrar con firmeza la primera oportunidad que el destino le brindase. En las inciertas aguas que mecieron los primeros años del joven, el destino, el azar y su inquebrantable coraje se combinaron extrañamente para brindar un futuro mejor para el valiente. ¿Del destino? Ya hablaremos del destino. Ahora le toca el turno al azar: la vida de Gheorghes está trufada de arriesgadas decisiones movidas sin duda por su instinto, y una de ellas fue sin duda hacerse con un Commodore, aquel mítico ordenador en los albores de la computación personal.

Aquello fue una locura si tenemos en cuenta que la broma le salió por el equivalente a un año de salario en la deprimida economía rumana, pero nuestro hombre no perdió el tiempo. Su mente inquieta le llevó a indagar qué había detrás de aquellos divertidos juegos que han encandilado a toda una generación, y fue así como aprendió a programar.

En su vida todo es casual, pero al final las piezas siempre terminan por encajar. Tal vez por este motivo decidió hacer oído con las canciones de Pink Floyd y las estrellas del momento. De alguna manera aquellas canciones le hicieron soñar en un mundo mejor, pero sobre todo comenzó a hacerse con las primeras palabras que le abrieron las puertas raquíticamente en su aventura americana. Su vida se asemejó en los comienzos al guión de Los juegos del hambre y poco a poco comenzó a entender la utilidad de cada pequeño elemento que llevaba en el zurrón. Pink Floyd para el inglés y el Commodore para labrarse un futuro laboral inesperadamente brillante. Pero el camino no fue fácil.

Un trabajo como chófer

Con los bolsillos vacíos se plantó en el país de las oportunidades y éstas pronto llegaron. Su primera nómina le llegó pronto y fue como chófer de limusina ni más ni menos. Recorría una ciudad desconocida en un vehículo que no era suyo y hablando con desconocidos en un idioma que apenas entendía. ¿Difícil? Sin duda, pero nuestro hombre conocía el verdadero frío al otro lado del telón de acero y aquello era un camino sin retorno. Se conformaría con lo que el destino le preparara y pronto recibió un regalo inesperado.

Una mañana recibió el encargo de trasladar a una persona que cambiaría su vida para siempre: Andrew Saxe, un consultor que se acomodó en el vehículo y dio comienzo una extraña relación. La química fue instantánea. Aquel conductor con un extraño acento extranjero tenía un hambre voraz por aprender y encima, extrañamente tenía nociones de programación y muchas ideas.

Aquel viaje cambió el destino de todos. Antes del adiós y gracias, Saxe soltó un “pásate por mi oficina mañana” que abrió un nuevo horizonte a nuestro hombre. Y se plantó. El rumano sin miedo y el inquieto empresario fundaron una exitosa startup que pronto fue adquirida por Experian y con el paquete los compradores se llevaron a Gheorghes como director técnico.

Nuestro hombre y su hambre de éxito se embarcaron en un tren de triunfo del que nunca se bajaría ya. A partir de este punto, su historia profesional está regada de compras, creaciones de nuevos puestos y dinero, mucho dinero. La última startup que vendió le hizo millonario e ingresó en su cuenta la friolera de 500 millones de dólares, una cifra que marea y que deja en la nada los primeros 26 dólares que abrazaba desesperadamente a su llegada a aquel país. No olvida sus orígenes pero tampoco puede frenar su espíritu emprendedor.

Ventas empresariales millonarias

La historia de este rumano que no conoce la palabra derrota se sigue escribiendo, y lo último que sabemos de él es que se ha embarcado en el que será sin duda su proyecto más ambicioso: Tidemark. Como se sabe, las herramientas de gestión empresarial, e incluimos entre ellas las hojas de cálculo o el correo electrónico, se encuentran ante su mayor desafío frente al cambio en la forma de comunicarnos que estamos viviendo.

Gheorghes lo ha visto y no se conforma con aportar soluciones imaginativas a este momento de catarsis, sino que quiere ir más allá con su startup que da vida a una especie de Siri de los negocios: si un jefe de equipo desea saber en qué situación se encuentra su departamento (ya sea financiera o de ventas), bastará con preguntarlo de viva voz y el sistema le ofrecerá una respuesta coherente empleando para ello gráficos, tendencias e incluso simulaciones de futuro.

Impresionante ¿verdad? Lo es, porque el proyecto acaba de recaudar 32 millones de dólares en una ronda de financiación para un proyecto que promete cambiar el status quo de la gestión empresarial, o como el mismo emprendedor describe, “salvar a los empresarios del infierno de Excel”. Genio y figura.

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